sábado, 31 de mayo de 2008

Hay lugares donde el tiempo deja de fluir...

Era una mañana calurosa de julio. Las abejas revoloteaban intranquilas alrededor de una pequeña fuente en la que el agua goteaba con paciente insistencia. Desde los soportales del monasterio, hechos de una piedra refrescante, se divisaban los frescos desdibujados de la entrada a la iglesia, custodiados con celo por un monje barbudo de mirada oscura. Todo olía a madera, a viña, a sueño, y sólo el zumbido de las abejas me acompañaba mientras leía algunos poemas de Benedetti.

Monasterio de Rozhen, Bulgaria, julio 2007

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